La nostalgia sigue a la alza. Danny Boyle volvió a reunir las letras de Irvine Welsh con ese entrañable cuarteto de escoceses adictos a tantas cosas para entregar un filme en el que los suspiros por el pasado embadurnan prácticamente sus 117 minutos de duración
Por Enrique González R. / @enriqueglez
Staff @LoftCinema 20 años es una cifra sumamente engañosa. Hagan un sencillo ejercicio: revisen qué discos o películas se estrenaron hace dos décadas, recuerden en qué grado escolar estaban o piensen quién era su pareja. Viéndolo así, ¿no parece tanto tiempo, cierto?
Pero sí, en 20 años pueden pasar muchas cosas, y es lo primero que nos quiere dejar muy claro el guion de ‘T2 Trainspotting’, una de las películas más esperadas en los últimos años, el anhelado reencuentro de los héroes de millones de adictos a la primera entrega, a Trainspotting a secas, a ese terremoto audiovisual rebosante de drogas en un decadente Edimburgo que en 1996 invadió a toda velocidad los cines y metió a Lou Reed, Iggy Pop y Underworld en otros tantos millones de Discman. “Just a perfect day” se convirtió en un himno generacional.
¿Y hoy? Renton hace jogging en Ámsterdam (a donde huyó con todas esas libras que les birló a sus amiguitos), Spud sigue sin dominar el triángulo drogas-familia-amor propio, Sick Boy es ahora Simon, un chantajista sexual de poca monta que consume cocaína como si fuera barata, Begbie sigue exudando rabia tras las rejas y Diane, no olvidemos a Diane, es… mejor entérense por su cuenta a qué se dedica la ex novia de Mark.
Lejos quedaron los días de la infancia, las primeras risas en la primaria, los primeros robos, las primeras inyecciones de heroína, las primeras muertes de bebés y amigos a los que el VIH les entró a través de una jeringa.
En ‘T2 Trainspotting’ la amistad se transformó en odio y rencor, el dinero escasea, el amor no florece en ningún hogar y la vida adulta (con hijos incluidos) no da tregua. ¿Qué podría salir mal cuando Renton toma el vuelo Ámsterdam-Edimburgo para ver cómo están las cosas por casa?
“First There Was an Opportunity. Then There Was a Betrayal (Primero hay una oportunidad y luego viene la traición)”, es el mantra de ‘T2 Trainspotting’. Oportunidades y traiciones. Amor y odio. Pasado y presente. Vida recta o delictiva…
Danny Boyle, nacido en Manchester en 1956, tenía una papa muy caliente en sus manos. ¿En serio queremos hacer una segunda parte de esa obra de culto?, es una pregunta que se deben haber hecho todos los involucrados hace un par de años, mientras apuraban unas pintas de cerveza.
Ewan McGregor se peleó con Boyle cuando este eligió a DiCaprio para ‘La Playa’. Luego se reconciliaron. El resto del elenco había dado tumbos en sus respectivas carreras, con una serie por aquí, una película por allá, pero nada que ver con la ascendente carrera de McGregor, que hasta a Caballero Jedi llegó y a Nicole Kidman enamoró.
Pero volvamos a Edimburgo, a ese guion basado en Porno, la novela tragicómica con la que Welsh decidió seguirles la pista a sus muchachos, fantasmas cuarentones que deambulan por esos suburbios en los que la clase media escocesa sobrelleva sus grises días con cerveza y fútbol, paisajes carentes de todo encanto a los que Boyle vuelve a inyectar de adrenalina con un soundtrack imponente (Wolf Alice, Young Fathers, Queen, Blondie, The Clash y otros).
Volvamos para ser testigos de cómo la nostalgia es un ingrediente riquísimo y evocador (¿recuerdan Ratatouille?), pero que no puede ser el único cuando se busca un platillo tan exuberante como la Trainspotting original.
Los guiños a la primera se suceden uno tras otro, unos con mejor tino que otros; el humor de Renton ahí está, la camaradería con Simon sobrevive, la nueva chica del club es un personaje bien delineado con los suficientes matices para que los fans la quieran, Spud es tan (o más) entrañable, sobre todo cuando por fin lo vemos encontrar una luz en su vida y la histeria de Begbie (y sus problemitas con el sexo) transmiten miedo y ternura a partes iguales. Sí, todo parece estar ahí, pero… algo falta.
El guion se regodea demasiado con su antecesora, no puede dejar de verla por el retrovisor y eso le impide avanzar con sus propios recursos. La dirección de Boyle se siente mucho más calculada, menos orgánica. Los años, la cárcel, las drogas, Facebook, la sociedad hiperconectada, los padres ausentes, todo parece haber hecho una profunda mella en nuestros nihilistas héroes. El mundo los ha ablandado a todos.
Los golpes a la mandíbula y las inyecciones intravenosas que recibimos de Trainspotting en los 90’s, ahora son cachetadas y aspirinas con Coca-Cola. Están cansados y se nota. Tal vez ese era el objetivo de Boyle y compañía: mostrar sin mayores pretensiones el hastío al que está indefectiblemente destinada esa inmensa ola de “chavorrucos” del mundo occidental que entre videojuegos, alcohol, Instagram y añoranzas por lo bien que la pasaban cuando tenían (teníamos) 20 añitos, intentan por todos los medios no aburrirse.
Si ese era el objetivo, felicidades. Pero si no, habrá que remitirse a Sick Boy y su teoría sobre la vida. ¿Le ocurrió a ‘T2 Trainspotting’ lo que él cree que le ocurrió a Lou Reed?
“En algún punto tuviste el talento y luego lo perdiste, y se fue para siempre. Le pasó a George Best, a David Bowie y a Lou Reed. Lou Reed no es que esté mal, pero tampoco es genial, ¿cierto? Y en tu corazón sientes que aunque suena muy, muy bien, en el fondo realmente es… una porquería”.